Las polémicas medidas de control de tráfico en Madrid, con el corte de arterias tan importantes en la circulación de la ciudad como la Gran Vía, Atocha o la calle Mayor, puestas en marcha por el equipo municipal de Manuela Carmena, están generando una importante polémica y un gran número de críticas, rápidamente minimizadas por el equipo municipal.
Que medidas de este tipo generen polémica entra dentro de la lógica: sin duda, generan incomodidades, cambios en nuestras rutinas y problemas a la hora de planificar nuestros desplazamientos. Todos, desde los que vivimos en la ciudad o en su extrarradio, hasta los que simplemente pasan unos días en ella como turistas, consideramos la ciudad como algo nuestro, un recurso común que podemos utilizar a nuestra conveniencia, y cualquier restricción en ese sentido genera inconveniencias. Todos preferimos no estar sujetos a más restricciones que aquellas que marca la lógica o las necesidades de la convivencia.
Esto, en el seno de una gran ciudad de un país desarrollado, tiene un problema: ha generado un modelo completamente absurdo. Nos pongamos como nos pongamos, la ciudad de Madrid, como muchas otras de su tamaño, es completamente insostenible. Gestionar una ciudad de más de tres millones de habitantes, con un extrarradio de más de 6.4 millones, y que concentra varios de los municipios del país con un ratio más elevado de vehículos por familia, de los cuales en torno a un 98% de ellos son propulsados por combustibles fósiles, genera una situación completamente inmanejable. En el momento en que las condiciones climatológicas no acompañan, y no me refiero precisamente a que haga buen tiempo sino más bien a lo contrario, a que escaseen las lluvias o los vientos fuertes, Madrid se recubre de una enorme capa de contaminación visible desde cualquier punto de la periferia, y los indicadores de la red de estaciones de medición se disparan por encima de lo permitido.
En su momento, elogié a Manuela Carmena por ser la primera alcaldesa de Madrid que se planteaba de verdad tomar medidas en este sentido. Venimos de muchos años en los que la práctica habitual fue ignorar estas mediciones, esconder las estaciones de medición en lugares menos expuestos a la contaminación o simplemente falsear los datos. Durante un largo tiempo, millones de madrileños han respirado lo irrespirable, tasas de contaminantes muy superiores a lo recomendado y a lo permitido. Madrid ya era una de las ciudades más contaminadas de Europa en los años ’70, y esta situación no ha dejado de empeorar a medida que la renta per capita ha ido elevándose y los ciudadanos han ido adquiriendo más vehículos, instalado más calefacciones y aires acondicionados, etc. No hacer nada supone prolongar una situación absurda que nadie quiere. Pero por alguna razón, cuando se plantean medidas, todos preferimos ser intensamente cortoplacistas, y rechazamos las medidas en función de las incomodidades que nos generan.
La situación actual no se puede seguir ignorando. Y en ese sentido, Manuela Carmena es una persona con una visión de la ciudad que, al menos, tiene esos imprescindibles elementos en cuenta. Podemos hablar de lo que queramos desde un punto de vista político, pero desde el ámbito medioambiental, el Madrid ideal de Carmena coincide con lo que muchos tenemos en la cabeza como la ciudad del futuro, muchísimo más limpia de contaminación, más agradable para moverse y desplazarse, y mucho más pensada en torno a las personas que a los vehículos. Las medidas que se van tomando en ese sentido tiene que ser necesariamente cuidadosas: no se puede decir de la noche a la mañana a una persona que tiene que vender su vehículo porque seguramente no va a poder mantenerlo ni aparcarlo en el centro de Madrid… pero hay que marcar claramente que esa es la tendencia inamovible que las cosas van a seguir.
En la ciudad del futuro, las personas, simplemente, no necesitan tener un coche. Esto coincide con las tendencias que la propia industria del automóvil tiene ya sumamente claras: en el futuro, las personas no comprarán vehículos, sino que los usarán mayoritariamente como servicio. Los vehículos pertenecerán a flotas que los explotarán, y que estarán compuestas por vehículos eléctricos o propulsados por energías limpias, y de conducción autónoma. Ese supuesto “futuro de piruleta” o “de ciencia ficción” ya no lo es más, hablamos de escenarios a muy pocos años vista, de tecnologías que ya están aquí, y que precisamente necesitan de un importante proceso de mentalización colectiva para que resulten viables. En la ciudad del futuro, no hay vehículos aparcados en las aceras. Te puede parecer exagerado, pero intenta imaginar tu calle sin ningún vehículo aparcado, con todo ese espacio aprovechado para caminar, para poner terrazas, para detener vehículos de carga y descarga, o para dejar a personas. La calle es un espacio común que ha sido privatizado por un montón de propietarios de vehículos que se consideran en su derecho de ocuparla, algo que tiene que empezar a cambiar.
Lo mismo sucede con determinados tipos de vehículos. La gran verdad, el enorme elefante en la habitación, es que los vehículos de combustión interna deberían ser prohibidos ya, o incluso haber sido prohibidos hace años. Cuando hablamos de medidas como las planeadas por ciudades como Madrid, Paría o México D.F. para prohibir la circulación de vehículos diesel a partir de 2025 o 2030, hablamos en realidad de una barbaridad, porque esos vehículos, sabiendo lo que ya sabemos, deberían haber dejado de fabricarse y de circular hace ya bastante tiempo. La tecnología de los vehículos eléctricos hace ya mucho tiempo que es suficiente para más del 90% de los usos habituales de los ciudadanos, y los mitos que afirmaban que contaminaban igual porque la generación de electricidad no era limpia o porque se fabricaban con elementos contaminantes hace ya mucho tiempo que se consideran completamente falsos. Como sociedad, hace ya mucho que deberíamos habernos planteado que la situación es completamente insostenible, que no se deberían seguir fabricando vehículos propulsados por combustibles fósiles y que es necesario y fundamental dar un fortísimo golpe de timón en ese sentido… pero en lugar de eso, preferimos seguir hablando de moratorias a diez o quince años vista. Simplemente demencial.
Las medidas de Manuela Carmena para Madrid tratan de poner a los madrileños en la tesitura de una realidad que ya no pueden seguir ignorando: aquellos que pretendan vivir en el centro de la ciudad y poseer más vehículos que los que puedan aparcar en su garaje, deberían ir pensando en deshacerse de ellos. Como ciudad, resulta fundamental trazar proyectos de movilidad que tengan en cuenta todas las opciones disponibles para acelerar la transición de la era del automóvil a la era del transporte como servicio. Llámese transporte público, buses autónomos, metro, tranvía, bicicletas, Uber, Cabify, Car2go o como se llame, resulta fundamental considerar Madrid cada día más como un auténtico laboratorio de movilidad, como un lugar donde la actitud de los poderes públicos sea facilitar la prueba de toda aquella tecnología o modelo que pueda contribuir a aliviar la penosa situación de la movilidad urbana. Algo que al principio requiere ajustes y que generará preguntas, pero que resultará cada vez más natural.
Y en ese sentido, las medidas de Manuela Carmena deben venderse ya no como extraordinarias y con motivo de la llegada de la navidad, sino como cada vez más habituales y necesarias, como una parte fundamental del paisaje urbano. Debemos acostumbrarnos a pensar que cada poco tiempo, tendremos restricciones a la circulación por contaminación, que habrá cada vez más zonas por las que no se podrá circular si no vas directamente a tu plaza de garaje, que un vehículo eléctrico tendrá cada vez más ventajas, y que aparcar debería ser cada vez más difícil, con el fin de desincentivar el uso del vehículo privado todo lo posible. Esto es como el tabaco: nadie pensó que se conseguiría reducir tanto su consumo, han sido necesarias muchísimas campañas de mentalización y concienciación, pero ahora, tras unos cuantos años, las oportunidades en las que un no fumador se ve expuesto al humo del tabaco han pasado a ser ya muy excepcionales. Y así debe ser, por muchas incomodidades que les genere eso a algunos.
Lo que más hay que valorar en un político es la visión de futuro, los planes que trascienden su mandato, las imágenes que pueden ser capaces de evocarnos. No estoy políticamente próximo a Manuela Carmena, pero valoro enormemente su compromiso por ideas como la sostenibilidad y la necesidad de cambiar el modelo de ciudad. Las medidas actuales causarán molestias, sin duda, pero contribuyen a que comencemos a ser conscientes de la necesidad de cambiar. Si estuviera en mi mano, esas medidas serían todavía más drásticas y a mucho menor plazo, aunque políticamente fuesen difíciles de ejecutar. Pero hablamos de mucho más que de unas pocas molestias a la hora de movernos por la ciudad. Hablamos de ir acostumbrándonos a pensar en un nuevo modelo, en algo que ya ha llegado, y con lo que vamos a tener forzosamente que convivir. Hablamos de algo que aunque aparentemente no nos guste porque no nos gusta el cambio, es básicamente la alternativa que hay. Hablamos de futuro.
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